La arquitectura surrealista es otro de los personajes que sirvieron a los artistas para explorar las pulsiones del inconsciente. Desde la literatura gótica hasta el castillo misterioso de Edward James en Xilitla, los castillos y edificaciones decadentes se transforman en partes activas de la historia surrealista, de la atmósfera inquietante pero también seductora.
Por Guadalupe Donají Zavaleta Vega
Ciudad de México, 16 de febrero (SinEmbargo).- Más que una decoración, las paredes de estas construcciones respiran y nos envuelven, nos ponen frente a los laberintos de la imaginación y los extienden. En Arquitectura vegetal: la casa deshabitada y el fantasma del deseo, Lourdes Andrade se propone demostrarnos que, en efecto, la arquitectura surrealista está viva y forma parte de la libertad creativa de un universo lúdico y transgresor.
El detonante del ensayo es el castillo natural que Edward James construyó en su finca de Xilitla, San Luis Potosí. Fotografías de sus formas caprichosas, que interactúan con la naturaleza, a la que reflejan y modifican, acompañan este texto. Jorge Vértiz retrata el dinamismo de la construcción, mostrándonos ángulos que comprueban la relación íntima entre el entorno y el castillo surrealista. Además, las ilustraciones de María Sada hacen close-ups a detalles del lugar, enredaderas, escaleras que no llegan a ninguna parte, columnas que no sostienen nada; detalles que forman parte del todo, pero que viven por sí mismos, acompañando las reflexiones de la autora.
El libro del que hablamos, rezuma su apropiación del surrealismo, desde el texto hasta las imágenes de castillo. Con esta conjunción nos convencemos de que la arquitectura no es un decorado más de la escenografía, ni mucho menos un ser estático, construido de una vez y para siempre. En lugar de eso, comprobamos su naturaleza mutante, que además alimenta una atmósfera onírica. El castillo de Edward James es el ejemplo perfecto de una construcción acorde con los presupuestos surrealistas. Es antiutilitaria y, como seres vivientes, no podríamos utilizarla, solo podemos sentirla, apreciarla través de nuestros ojos y de la mirada de Andrade: “la construcción de James es penetrable, se experimenta con el cuerpo entero”. Aquí el espacio y el tiempo se ven trastocados. El lugar es laberíntico, ofrece una experiencia a la que uno debe abandonarse, dejarse confundir por el collage que representa la construcción. Su “cualidad incompleta, acentuada por la invasión creciente de la vegetación, otorga al edificio una apariencia ruinosa”. La ruina, sin embargo, en lugar de remitirnos a una nostalgia del pasado, nos habla de un futuro inconcluso. El tiempo de las ruinas se revierte. Se transfigura en un lugar sagrado. Más allá de una estética utilitaria, en la que se pensaría en la practicidad antes que todo, este castillo nos aleja del mundo profano. Hace coincidir, además, estilos reinterpretados que nos hablan de sacralidad oriental y mística.
Pero el castillo solo es el comienzo. La autora nos enlista las influencias góticas que despertaron el interés de los surrealistas. De esta manera, visitamos los castillos embrujados, las abadías en llamas, los personajes que las habitan. La vida que late también en la arquitectura va más allá de los ecos surrealistas. El paso del tiempo otorga a la arquitectura un “carácter trágico”, que “resulta intensamente expresivo”. Los lugares, entonces, reflejan o manifiestan las mismas pasiones e inquietudes que los seres ambiguos que los recorren. Los detalles, las formas ojivales, los pasillos laberínticos se convierten en una “red en la que se hallan atrapadas las pasiones humanas más exacerbadas”.
Lourdes Andrade nos traslada, también, al ámbito de la pintura. Repasamos de esta manera los cuadros de Leonora Carrington en los que sus seres híbridos conviven con la arquitectura, como Crookey Hall, Nine, nine, nine o Ethiops. Visitamos el cuadro de Remedios Varo, Arquitectura vegetal, al que hace homenaje el libro que nos ocupa. Vemos, aquí, que la naturaleza se relaciona íntimamente con la creación arquitectónica, dialogan, al mismo tiempo que comparten cierta idea de armonía.
El libro, dividido en tres capítulos, habla de distintas relaciones surrealistas, entre sus géneros, sus expositores, así como entre la manifestación artística y México. En el segundo apartado “Fantasmal recuerdo de México”, visitamos brevemente las reflexiones e inspiraciones que asaltaron a Breton durante su visita. Los fantasmas, además, nos encuentran a cada paso, como las criaturas que pertenecen, casi por derecho, a los lugares que se describen. Criaturas que son parte de los lugares surreales por su carácter transgresor.
El ensayo cierra con “Una estética antiutilitaria”, para hablarnos de otro de los presupuestos surrealistas: el juego. Lo lúdico se convierte en un espacio sagrado, en tanto se opone a la utilidad del mundo profano capitalista. La energía, que parece desperdiciada, se utiliza para seguir la ruta que marca todo aquello que escapa de la razón. Aquí leemos fragmentos de la extravagancia de Péret, quien nos cuenta toda clase de cosas maravillosas, con nuestro lenguaje cotidiano. Trastorna nuestras palabras para liberarlas. Se establecen relaciones, entonces, con los objetos sagrados de culturas no occidentales, así como objetos cotidianos intervenidos que despiertan la imaginación.
Distintos géneros surrealistas coinciden en estas páginas, entre los cuales nos sorprende la vida de la arquitectura. En todos sus movimientos nos encontramos frente a otro ser enigmático de la creación humana: “el sitio se convierte en un enigma y uno lo recorre buscando la clave que permita revelarlo”. Andrade demuestra que la construcción creativa también muta, que los materiales se transforman con el dinamismo surrealista, y la naturaleza se conjuga con el paso del tiempo para dar lugar a un castillo sagrado, perdido y fantasmal, protagonista también del sueño.
Arquitectura vegetal. La casa deshabitada y el fantasma del deseo es una edición de Artes de México, consíguela a través de su página oficial www.artesdemexico.com